Monday, May 25, 2015

Planazo Veraniego en el Aire


Un postrecito típico en Baile en el Aire.
¿Qué tal suena despertarse en medio del campo? ¿y hacer un poco de yoga, bailar a lo Pina Bausch y darse un baño fresquito antes de una espectacular comida vegetariana en buena compañía? Esta es la esencia del creativo planazo veraniego ofrecido por Baile en el Aire (Pitres, las Alpujarras, Granada).


Jazz en la Alpujarra.

El programa de este verano incluye danza-teatro, contact, porte acrobático, Shiatsu... Hay un poco de todo, incluídos los únicos e inclasificables talleres de personas como Victor Orive, Katharina Conradi, Giusseppe Stella o Noemí Martínez Chico... La música, el cuerpo y la expresión se entremezclan con el paisaje montañoso y la naturaleza alpujarreña. 



Guitarra clásica en una plazoleta alpujarreña.
Algunos eventos coinciden con el Festival de Jazz de las Alpujarras. Músicos de jazz europeos ofrecen conciertos en escenarios insólitos, como las heras de labranza, una plazoleta alpujarreña o simplemente junto a una carretera de pueblo. La música suena al ponerse el sol creando un ambiente mágico y acogedor.



El bailarín Giussepe Stella (danza teatro) durante una clase.




Los cursos suelen ser para todos los niveles. De hecho, la mezcla de bailarines/as, actores, actrices y aficionados da mucho juego.


Bailando bajo un paracaídas de colores.



 El sonido del viento, el aire zarandeando perpetuamente el paracaídas de colores que da sombra al escenario, está siempre presente en las actividades.
 
Momentos de poco estrés.

La piscina, una alberca azul algo daliniana, a veces medio llena, a veces medio vacía, espera a los participantes entre clase y clase. 

Coreografía de danza teatro.
La danza-teatro y otras actividades ocurren siempre entre el escenario y otros rincones de la zona: praderas, bosques de castaños... cualquier lugar en este trocito de Sierra Nevada tiene un potencial para generar música y buenas vibraciones. 




Victor Orive, buscando armonías
El baño de rigor en la cascada tras cualquier actividad es la guinda del pastel. Su agua fría resucita a cualquiera.


Fría, pero no tanto.
Al bajar el sol, la tarde ofrece también la posibilidad de conocer un lado muy especial de las Alpujarras: los senderos que recorren su peculiar sistema de riego, herencia de moriscos y otros pueblos.  El aroma de la tierra mojada y la vegetación acompañado del sonido del agua... ¿qué más?



Atardeceres tranquilos, tras el solazo de Sierra Nevada.


Paseando, uno puede descubrir lugares sorprendentemente frondosos, frente a lo árido de la montaña en verano. Son rincones abruptos, inesperados, furiosamente románticos.




Los paseos de Baile a Pitres son espectaculares.




A veces, la noche ofrece el escenario perfecto para otras formas de danza y teatro: improvisaciones a base de luces y sombras, por ejemplo.



Danza teatro a través de luces y sombras


En conjunto, Baile en el Aire es un planazo veraniego para cualquier artista o amante del arte y de la naturaleza. Verdaderamente, las organizadoras, Isa e Ina, también Ana, Joana y varios voluntarios/as se lo curran a fondo. 

Isa, Ina y Joana en acción.



La calidad de los cursos es enorme y ofrecen una oportunidad única para recargar las pilas de la expresión y disfrutar – profundamente – de las Alpujarras.


Alcanzando el equilibrio... momentáneamente.

Si estas cosas te resuenan... a qué esperas? 

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Monday, May 18, 2015

Mio Ye Blues



I walk to the monastery in Mio Ye, at the end of a long road through the forest. Passing through villages, wooden houses and paradise like scenes.




There is a mermaid near the entrance of the monastery. Mio Ye means something similar to the Blues, a colleague tells me. She seems to be waiting for someone. 







The place is quiet. Only the long sound of the bells of the monastery and the wind on the rocks disturb the silence. 




I can see the beach of Maungmagan in the distance. Beautiful, undisturbed – still – by the forces of development.



The storm arrives and I run away leaving bells, monastery and mermaid behind. In the way back, the children from the villages play with the rain laughing. Some really look like taken from a Rudyard Kipling novel.

Friday, May 15, 2015

Under the Sun in Maungmagan


I take a walk in Maungmagan beach, half an hour west of Dawei, in Thanintaryi Division, Myanmar. The intensity of the sun suddenly collapses and a magical hour ensues, with sweet, warm colours.


Maungmagan beach.

The fishermen are preparing their boats. They will leave at night and come back on midday.


Fishermen boats in Maungmagan.

Their children carry the fishing nets to the boats. It is hard work for the whole family.


Maungmagan beach.


As the sun goes down, the boats are finally ready to leave. They will depart around 1am and work in the sea for about twelve hours under a merciless sun.





After fishing, they clean their nets on the sand.

Cleaning the nets.

 There is additional work to do, as the families walk the entire beach looking for shells.



There is additional work to do, as the families walk the entire beach looking for shells.
Maungmagan

It is as beautiful as paradise. A paradise of endless hard work, though.



Tuesday, January 13, 2015

En la Rivera del Mara


Jorge, Mariola y mascota en el jardín de su "Cheetah Tented Camp". 

La naturaleza imita al arte, y Jorge Alesanco es un personaje de película. Sonríe antes de darme un abrazo frente a la cabaña restaurante que tiene instalada a orillas del rio Mara, en Kenya. De su cintura cuelga un machete de medio metro. Fuma tabaco de liar y viste un sombrero de aventurero australiano. Me ofrece un whisky. Preferiría un zumo de papaya, pero no hay así que lo acepto. 

Su mujer, Mariola nos sonríe desde su oficina improvisada en un sofá. Él es el empuje y la pasión por la naturaleza, ella comparte el amor por la naturaleza, pone orden en las cuentas del Cheetah Tented Camp y administra con precisión la impredecible logística de un safari en el corazón de Kenia al que se llega tras casi una hora de un vuelo de avioneta en el que te sientes Robert Redford en Memorias de África.   

Out of Africa feeling. 




El Masai Mara es la tierra de los leones. Un guía Masai nos lleva en un jeep abierto para comenzar la aventura. Está anocheciendo y las hienas se desperezan sobre un montículo de tierra creado por termitas. Mientras avanzamos por el camino de barro, los antílopes y las cebras salen a nuestro paso. 


La preciosa Gacela de Thomson. 
Echando un trago. 

De repente estamos parados entre un grupo de unos veinte leones que hacen el vago sobre la hierba. Mis acompañantes y yo nos quedamos estupefactos. El jeep no tiene ventanas, solo unos barrotes que sujetan el techo. "¿Es esto seguro?", pregunta alguien, "si, claro, no pasa nada mientras uno esté dentro del jeep. Están acostumbrados, somos como un animal más", responde Savimbi, el guía Masai. Aún así, los animales infunden gran respeto. Especialmente cuando te miran a los ojos fijamente. 


¿Quién se va a apartar, tu o yo? 


Paseando al atardecer.
De noche uno no puede salir del bungalow. La oscuridad es el territorio de los hipopótamos que salen a pastar, las hienas que merodean en busca de oportunidades, los búfalos (los creía pacíficos después de conocerlos en India y otros lugares, resulta que son de lo peor) y algún león que cruza despistado. 


No, no soy como mis colegas domésticos. Cuidadín. 
El ronquido de los hipopótamos se entremezcla con el de mis compañeros de habitación. De repente escucho algo como un juego de marcianitos a todo volúmen (puedes escucharlo aquí). Son las hienas. 


De noche hago efectos especiales. 

Perderse con el jeep por el Masai Mara es un lujazo aventurero. Cruzas llanuras inmensas, edénicas, llenas de cebras, impalas, la bellísima gacela de Thomson, las jirafas... 


Jirafa a la sombra. 


La rivera del Mara y su llanura inmensa.

Los elefantes pastan tranquilos en familia. Por lo visto hay que tener cierto cuidado pues pueden embestir a los jeeps. "Ellos te avisan, mueven las orejas antes de atacar", dice el guía, tras lo cual escudriñamos el mínimo temblor de orejas de los gigantes que tenemos delante.

Escena familiar a lo grande. 


Mamá elefante
Hacemos un picnic junto a un río infestado de cocodrilos e hipopótamos. Están tan tranquilos bajo un sol de metal. Los cocodrilos son enormes. Uno de ellos abre la boca al sol, para refrescarse. 


La boca abierta al sol...


En el Masai Mara uno encuentra momentos
en los que jirafas, cocodrilos y demás comparten escenario. 

El tamaño de los hipopótamos no deja de sorprenderme. La visión "Disney" de los animales de la selva tiene que ver poco con la fiera realidad de estos mazacotes imprevisibles y agresivos, que triplican en tamaño a un toro. 


No es saludable ponerse delante de este. 
Paramos junto a un guepardo que descansa bajo un árbol con la respiración agitada. Hace un calor tremendo. El guepardo es la estrella de los safaris cuando sale corriendo tras un ungulado o cuando se sube al techo de un jeep para otear mejor su territorio. Pero hoy no hay suerte. Está demasiado acalorado para correr detrás de nada. 


Guepardo acalorado. 

Más adelante vamos a buscar al leopardo. Nos adentramos en un bosquecillo siguiendo a otro jeep. Aparecen dos o tres vehículos más. De repente el leopardo hace su aparición subido a un árbol y los jeeps salen frenéticos detrás, sus ocupantes armados de enormes zooms y vestidos invariablemente a lo coronel tapioca. El leopardo parece resignado a los paparazzi. Me regala un gran contraluz. 


Postura "libro de la selva". 


Posando para los paparazzi. 

También salimos en busca del rinoceronte. No hubo suerte. Peor aún, nos contaron al día siguiente que unos furtivos habían ametrallado a un rinoceronte por la noche. Le cortaron el cuerno con una motosierra y huyeron. A este paso nos quedaremos sin rinocerontes, por culpa de un comercio sin escrúpulos para satisfacer unas creencias médicas totalmente ridículas. 


Hoy echaremos la siesta todo el día niños. 
Los leones de día son la cosa más perezosa y amable del mundo. Ni que hubieran inventado la siesta. Encontramos una pareja retozando junto a un río. "Están de luna de miel", dice el guía, "se pasan haciendo el amor siete días seguidos". Amor a lo bestia. 


Esto si que es amor salvaje
Más tarde encontramos a una leona acompañada de sus cachorros, que juegan junto a un tronco. Son como gatitos cachas. Me quedaría mirándolos forever and ever pero ya es hora de irse. 


Son gatitos cachas. 

Descubriendo el mundo. 

Mamá está echando la siesta.
De nuevo cruzamos la llanura en la oscuridad, las gacelas apartándose de nuestro camino. Pasamos junto a una aldea Masai, los niños meten a las vacas dentro de su vallado circular al caer la noche. Son aldeas sin electricidad, donde la gente vive de la ganadería y de vender artesanía a los turistas ocasionales. Los Masai bailan saltando y cantan maravillosamente, para regocijo propio y de sus visitantes. 
Haciendo el turistón con los Masai, por qué no...

Un anciano Masai. 
Los Masai son un pueblo guerrero y celoso de la protección de sus tierras. Las concesiones a empresas turísticas han de ser negociadas con ellos para que den su consentimiento libre e informado. Es un equilibrio ecológico y social precario, pero ha funcionado de momento para el Masai Mara.


Masai llevando el ganado a la aldea. 


Una media luna naciente nos sonríe y una pequeña liebre nos da la bienvenida al Cheetah Tented Camp de Jorge y Mariola, que nos esperan con un delicioso aperitivo de samosas y una cerveza fria a compartir contando las aventurillas del dia. 


Uno no se cansa de sacar fotos...


El selfie inevitable.